3(+1) miradas sobre la obra de Luz María Bedoya

Probablemente los futuros historiadores del arte recordarán el año 2014 como el más importante de la fotografía en relación a la institucionalidad artística en el Perú. Con una técnica que, siguiendo a Pierre Bourdieu, constituye un arte medio -es decir, se encuentra a medio camino entre el social uso cotidiano y la expresión estética académica- ; y en un contexto, además, como el peruano, de constante crisis en sus instituciones culturales, el año 2014 representó el momento de máxima consagración de este género.

Con el desarrollo de la II Bienal de fotografía y el primer Master de fotografía conceptual, se generó por primera vez un amplio debate sobre los límites de la fotografía y el arte. Debate que incluso saltó a los medios de comunicación y las redes sociales. Y, aunque la mayor parte de los titulares se enfocaron en el premio del Salón Nacional de Fotografía otorgado a Samuel Chambi por sus impresiones digitales de errores de escaneos de negativos (tanto para apoyarlo como para criticarlo), la exposición que, sin duda, aglutinó más coherentemente los avances y debates en torno de la fotografía peruana fue la muestra antológica Líneas, palabras, cosas de Luz María Bedoya.

Con un trabajo que empezó con la década del noventa, la obra de Bedoya supo precisamente desplazar los límites de lo fotográfico al conjugar desde la primera mitad de esa década la fotografía y el objeto escultórico a partir de sus ensamblajes y foto-objetos; y, posteriormente, al asociar a su estética los repertorios del arte minimalista, conceptual e incluso del happening y la instalación. Este constante transgredir las fronteras de lo fotográfico, además, estaba relacionado con una formación no enfocada únicamente en fotografía (realizada inicialmente en Lima y luego en la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston), sino también con sus estudios previos de Lingüística y Literatura en la PUCP y, años después, con seminarios en el Collège International de Philosophie en París.

Es así como, compilando un vasto corpus que abarcaba casi veinte años de obras que experimentaban con distintos lenguajes y técnicas, se organizó la exposición Líneas, palabras, cosas en la sala Germán Kruger Espantoso del ICPNA de Miraflores. En ese sentido, algo que adicionalmente hizo a esta muestra y su catálogo idóneos para el análisis fue la curaduría conjunta de Jorge Villacorta y Miguel A. López, dos intelectuales e investigadores de muy diferentes generaciones y perspectivas; y cuyas miradas fueron complementadas con el análisis de Dorota Biczel, a quien podríamos entender no solo como representante de un intermedio generacional respecto a los textos anteriores, sino también como una perspectiva foránea, realizada por una investigadora polaca que estudia la influencia en el arte de los cambios políticos en Latinoamérica y Europa del Este.

El presente análisis, entonces, buscará encontrar las similitudes y diferencias entre los tres textos de su catálogo, y que, como veremos, contienen tratamientos muy disímiles en sus planteamientos formales, pero no tanto así en los conceptos de fondo ligados a la artista. A esta comparación se le sumará el texto del catálogo de Punto Ciego escrito a modo de poema por Mario Montalbetti, el cual –esperamos demostrar- contiene ya desde 1997 los principales conceptos relacionados a la obra de Bedoya. En ese sentido, la coherencia en la producción y, posteriormente, en la selección de sus piezas, jugó un rol fundamental para articular la mirada historiográfica sobre una artista cuya variedad técnica termina respondiendo a un eje muy claro: el del cuestionamiento de la significación tradicional.

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